El 26 de octubre de 2012, hace algo más de 10 años, llegaba a las tiendas Windows 8. El sistema operativo diseñado por el equipo de Steven Sinofsky rompía con todo lo anterior, buscando un diseño moderno a nivel de diseño y arquitectura.
Windows 8, a pesar de cosechar un éxito limitado, sentó las bases de lo que serían los sistemas operativos modernos de Microsoft. Ahora, una década después podemos echar la vista atrás y comparar la estrategia de aquella Microsoft con los movimientos que han sucedido a Windows 10 y Windows 11.
El punto fuerte de Windows 8: su optimización
Windows 8 se diseñó pensando en obtener la máxima compatibilidad con el hardware del momento. Microsoft no quería repetir los errores de Windows Vista y, si los ordenadores contaban con un hardware infinitamente menos potente que el actual, ya no digamos de las tablets… Y mucho menos de las tablets ARM.
Windows 8 llegaba acompañado de Windows RT, que compartía el núcleo y los procesos del sistema operativo, pero que estaba diseñado para ARM. Hace 10 años, esta arquitectura todavía estaba mostrando su potencial en móviles y empezaba a llegar a las tablets. Por lo tanto, Microsoft tuvo que hacer un gran esfuerzo de optimización.
Esta optimización no solo llegó al uso de CPU, también al apartado gráfico y al uso de memoria RAM. Por poner un ejemplo, la primera Surface RT contaba con apenas 2 GB de RAM y una gráfica integrada NVIDIA GeForce ULP, y la experiencia de usuario fue de lo más fluido que hemos podido ver en la última década.
Si trasladamos esto a la arquitectura de un ordenador tradicional, teníamos procesadores de doble núcleo con gráficas integradas y discos duros mecánicos que movían todos los procesos, animaciones y aplicaciones de Windows 8 sin mayor problema. Algo que no hemos vuelto a ver con Windows 10 o con Windows 11, ni siquiera en hardware de alta gama.
Teclado, ratón y… Pantalla táctil
La interfaz, aunque entraba por los ojos y se veía como algo mucho más moderno que Windows 7, fue denostada por los medios, en primer lugar, y por el usuario medio de Windows, en segundo lugar. Básicamente, porque la interfaz principal era un gran conjunto de baldosas y el famoso Menú Inicio desaparecía, sin más.
Ciertamente, el Menú Inicio seguía estando ahí, aunque escondido en una barra que solo era alcanzable al pasar el puntero por las esquinas del lado derecha de la pantalla. Además, las aplicaciones modernas se ejecutaban a pantalla completa o pantalla dividida, relegando el sistema de ventanas a un segundo plano.
Aunque este híbrido era usable con teclado y ratón, mejoraba a pasos agigantados con una pantalla táctil. Por eso, era habitual que Microsoft promocionase Windows 8 con equipo All-In-One, portátiles con pantalla táctil y tablets.
De hecho, la época de Windows 8 fue la más fructífera para las tablets con Windows. No fueron pocos los fabricantes que dejaban de lado Android para utilizar el sistema operativo de Microsoft como competencia de iOS. Al fin y al cabo, contaba con las aplicaciones Win32 de siempre y una interfaz táctil a años de luz de Android y que fue la inspiración de iPadOS años más tarde.
El modo tablet de Windows 10 no fue suficiente
Con Windows 10, los de Redmond decidieron relegar esa interfaz a un «modo tableta» que fue un gran paso atrás. Si a esto le sumamos que el sistema operativo ofrecía una experiencia mejorable en el mismo hardware que empleaba Windows 8, nos encontramos con la desaparición de Windows en este segmento de mercado.

Windows 11, aunque no lo hizo de partida, busca mejorar la experiencia táctil con la actualización 22H2. También, lo que Microsoft nos va enseñando en el programa Insider nos deja ver que las tablets y los convertibles vuelven a ser prioritarios para Microsoft. Sin embargo, la estrategia no es de ruptura, sino de fácil transición para el usuario.
Con Windows 11, Microsoft busca introducir poco a poco la experiencia táctil, sin aumentar la curva de aprendizaje ni provocar disrupciones en la experiencia de usuario. Además, el hardware actual nada tiene que el de 2012, encontrándonos en un momento en el que hardware y software pueden volver a encontrarse para devolvernos esa experiencia.
Windows 8 vs. Windows RT
Microsoft, también, ha aprendido de los errores de Windows RT. Uno de los mayores errores de la época fue que, aunque Microsoft vendió Windows 8 y Windows RT como dos sistemas diferentes debido a las limitaciones de este último, el usuario no lo vio así. Era una diferencia inabordable para el usuario final, que era incapaz de discernir entre ambas versiones.

Windows RT, pensado para tablets ARM, no era capaz de ejecutar aplicaciones Win32, quedando limitado a las aplicaciones modernas de la Microsoft Store. Aquella tienda de aplicaciones, a pesar de un buen empuje inicial con aplicaciones como VLC, Facebook, Twitter… Terminó sufriendo las consecuencias de los constantes cambios en los paradigmas de desarrollo de Microsoft.
Windows 10 ARM, sin embargo, llegó con dos novedades muy importantes: la posibilidad de instalar aplicaciones desde cualquier fuente y la emulación de x86. Desde ese momento, hemos visto una fuerte apuesta por esta arquitectura, a diferencia del abandono que sufrió Windows RT.

Windows 11 mantuvo esa apuesta por ARM, mejorando la emulación de aplicaciones x86, ofreciendo nuevas herramientas de desarrollo para facilitar la transición a esta arquitectura y con nuevos dispositivos como Surface Pro 9 5G o el Windows Developer Kit 2023.
¿Quieres actualizar? Son 14,99 euros
La situación de partida de Windows 8 era muy distinta a la de Windows 10. En 2012, durante la presentación del sistema, Sinofsky dio dos datos muy significativos: 670 millones de licencias de Windows 7 vendidas y más de la mitad de las empresas con sus equipos actualizados a este sistema. Todo esto, después de lo que supuso Windows Vista.
Las empresas siempre han sido muy reticentes a actualizar, y más cuando esta actualización tiene un coste. Windows Vista, simplemente, fue un motivo más para evitar la adopción rápida de los nuevos sistemas operativos de Microsoft. Coincidiendo con el final del ciclo de vida de Windows XP, Windows 7 fue un gran candidato para un despliegue masivo a nivel empresarial.
Por lo tanto, Windows 8 llegaba con un gran hándicap: 670 millones de dispositivos con un soporte que se extendería hasta el 14 de enero de 2020. Si a esto le sumamos que la interfaz de usuario tenía una curva de aprendizaje superior y que, además, había que pasar por caja para actualizar, el resultado estaba claro.
Recordemos que, por aquel entonces, los usuarios tenían que desembolsar 29,99 euros para actualizar, aunque hubo ofertas de actualización a 14,99 euros para aquellos que hubiesen adquirido un nuevo equipo un año antes del lanzamiento. Sin embargo, Windows 10 llegó gratis.
Windows 10 no solo llegó gratis, sino que Microsoft se propuso hacerlo llegar a los usuarios por tierra, mar o aire. Muchos de los usuarios de Windows 7 y Windows 8.1 vieron cómo sus equipos se actualizaban automáticamente a Windows 10 y los que no, eran bombardeados con mensajes constantes para lanzar la actualización.
Habría que ver qué hubiese ocurrido si los de Redmond hubiesen ofrecido Windows 8 de la misma manera: de forma gratuita y con actualizaciones a través de Windows Update. Quizá todo hubiese sido muy distinto.
Windows 8 sentó las bases de Windows 10 y Windows 11
Como decíamos al principio del artículo, Windows 8 sentó las bases del Windows del que disfrutamos hoy en día y que podemos ver desde el momento en el que arrancamos nuestro ordenador.

La BIOS dejó de ser algo completamente antiguo para modernizarse con la llegada de UEFI y ser más amigable, con una mejor interfaz de usuario y compatibilidad con el ratón. También, llegó el arranque rápido y los nuevos estados de energía del procesador, que permitían el arranque de Windows 8 en apenas 15 segundos.
Secure Boot añadía una nueva capa de protección en el arranque y comenzaba la implementación de los módulos TPM que tan de cabeza nos han traído 10 años después. A nivel de seguridad, Windows Defender venía preinstalado, por lo que nos podíamos olvidar de los míticos Avira, Avast y compañía.
Otro de los elementos que llegan hasta nuestros días es la Microsoft Store y, junto a ella, las aplicaciones modernas ejecutadas en contenedores. Si con Windows 8, Sinofsky rompía con todo para transicionar hacia las aplicaciones metro (posteriormente, UWP), con Windows 11 el enfoque es acercar .NET Framework a UWP. En otras palabras, la estrategia es completamente opuesta.
A nivel de interfaz gráfica, Windows 8 introdujo nuevos elementos para prácticamente cada aspecto del sistema operativo. Sin embargo, Windows 10 en lugar de ofrecer un diseño distinto, se convirtió en un híbrido que mezclaba elementos de uno y otro sistema. Con Windows 11, aunque ha mejorado la situación, todavía nos encontramos con una gran herencia: véase el diálogo de copia de archivos.
Diez años después…
Ahora, viendo con perspectiva lo que supuso Windows 8, ¿cómo puede ser que nos llevemos las manos a la cabeza por los requisitos de Windows 11? La respuesta se puede resumir en un parque informático muy antiguo.
Aunque Windows 8 introdujo UEFI, Secore Boot, TPM… Cosas que se requieren para actualizar a Windows 11, la poca adopción del sistema provocó que muchos equipos saltasen de Windows 7 a Windows 10 directamente. Como no podía ser de otra manera, estos equipos no contaban con esas innovaciones.
Hacer como si Windows 8 nunca hubiese existido no borra la realidad. Han pasado 10 años desde que fuese lanzado, y cinco más desde el último cambio de requisitos mínimos del sistema operativo con Windows Vista. Además, que esos requisitos no cambiasen sobre el papel, no significa que Windows 10 brindase una experiencia aceptable en esos dispositivos.
Por lo tanto, es completamente normal que Microsoft siga su hoja de ruta y tuviese que modificar estos requisitos en algún momento. Mientras tanto, podemos seguir disfrutando de Windows 10 hasta el 14 de octubre de 2025.